Corónica de los hijos de Hashut

Trasfondo de la lista de ejército Los hijos de Hashut de Golab.

Corónica de los hijos de Hashut

Reconstrucción del texto realizada entre el 21 de mayo de 2002 y el 7 de julio de 2005.

Todo aquello que los hijos de Hashut, Padre de la Oscuridad, conocen acerca de sí mismos y de su pasado milenario está trazado con lóbrega pericia en los ajados murales del palacio de Unmme, grabado en los grotescos bajorrelieves de la necrópolis de Kaala y, principalmente, archivado en la vasta recopilación de tablillas del vetusto templo de Uzkhur. Así, legitimada la usurpación del trono en el código de Tzeherak, la historia de los hijos de Hashut ha pervivido imperturbable a lo largo de los últimos siglos. De tal modo que, en las grandes academias donde se instruye a escribas y a sacerdotes, se imparte tal que así.

En el origen, todo era obscuridad.

Y, en lo obscuro, crecieron.

Y, en las entrañas del orbe, [nuestros ancestros] estuvieron desamparados.

Y, bajo la tierra, fueron salvajes.

Y, en las montañas, ignoraron.

Y vivieron en silencio hasta que, asustados por un mal terrible que amenazó con destruirles, huyeron hacia el norte. Es justo así como emprendieron el largo viaje que, por largos años y por interminables caminos, les alejó para siempre del primitivo averno que les viera nacer.

Y al salir, supieron del cielo y de sus astros, señalando con gran asombro al disco de plata y con gran odio al disco de fuego que iracundo inundaba la bóveda celeste con su luz horrible, la luz brillante que hacía daño a los ojos y [a nuestros ancestros] cegaba.

Se ocultaron durante el día y viajaron durante la noche.

[Pero] Con la llegada del crudo invierno [exterior], las montañas exigieron su tributo y [nuestros ancestros] sacrificaron a los más débiles para poder seguir adelante. Así fue el devenir [de nuestros ancestros] sobre las montañas, siempre que la nieve cubrió las cimas escarpadas.

Y, yendo al norte, transcurrieron los años.

Y, con los años, perecieron los débiles: abandonaron los viejos y sus viejas costumbres; enloquecieron del todo los cegados; aparecieron los parias para pronunciarse y, reducidos por la intemperie, al refugio de la caverna regresaron. Sólo [nuestros ancestros] siguieron adelante.

Finalmente, abandonaron [se acabaron] las montañas sobre las que habían aprendido a caminar bajo el cielo y descendieron hacia los desiertos de blanco perpetuo. Fue entonces cuando conocieron a los antiguos adoradores del genio Zinq quien, traído a las llamas en arcano ritual, les indicó [a nuestros ancestros] la dirección, les enseñó el lugar y les dio el nombre.

Y, con perseverancia tenaz, viajaron al lugar en la dirección que Zinq les ordenó.

Y, por fin, llegaron a las tierras oscuras que hubieron de ser su hogar y, al pie de altas cumbres, se asentaron. [Pero] Más parias brotaron [de entre nuestros ancestros] para regresar a las cavernas, a pesar de la gloriosa fundación de Zharr-Naggrund y de las otras tres ciudades que se alzaron sobre la llanura de Zharr. [Pero] Más parias escaparon al cobijo de la tierra, a pesar del feliz [re]encuentro con nuestro Padre. [Pero] Más parias huyeron despavoridos de su nombre y de su efigie hacia las entrañas del orbe, a pesar de la construcción del zigurat que lo acogería por siempre, del templo en el que por siempre sería alabado, del hogar desde el que por siempre reinaría.

Y, en las profundidades de las montañas y del suelo, desaparecieron.

Y, sobre la llanura oscura, [nuestros ancestros] fueron civilizados.

Y, amparados por el Padre, conocieron el cosmos, las fuerzas que lo gobiernan y los rituales que gobiernan a las fuerzas. Fue entonces cuando Harnma-Hashut, el primogénito, se alzó por encima [de nuestros ancestros] y los unió bajo su mandato.

Así, se creó el reino del Padre.

Así, la dinastía [de Harnma-Hashut] gobernó durante siglos.

[Pero] Harnma-Hashut IV, el necio, quiso matar al Padre y ocupar su trono, cuando tan sólo era un hijo. Harnma-Hashut IV, el necio, conspiró en su palacio y dijo palabras prohibidas alegremente, cuando tan sólo era un hijo. [Pero] Los sacerdotes decidieron entonces ofrendar su gran sabiduría al Padre, mostrándole con sumo respeto las pompas que [Harnma-Hashut IV] merecía. Así, Harnma-Hashut IV, el necio, fue el último que portó aquel nombre que, por siempre, fue pronunciado con voz pequeña de desprecio o de vergüenza.

Y, entonces, atendió el Padre a los obsequios que sus hijos le habían tributado.

Y, complacidos por la eternidad, los sacerdotes recibieron una a una las gracias del Padre: una para los custodios del templo más leales en la figura de centauro, una para los portadores de la maza más ardorosos en la figura de toro alado y una para los oradores más fieles en la figura de esfinge.

Y, desde entonces, a través del ritual más exhaustivo y cruel, los sacerdotes trasladarían los regalos que el Padre concediese. Así prolongaría el Padre sus mundanas vidas y, por más tiempo, de su fidelidad dispondría. [Pero] El dolor regía el ritual: la muerte era su regla y norma: sólo los más dignos de entre los más dignos la gracia obtenían finalmente.

Y, en años posteriores, [nuestros ancestros] supieron de la inmortalidad entre los más sabios de los sacerdotes, aquéllos capaces de manipular las fuerzas mayores que gobiernan el cosmos, y del largo proceso que, de pies a cabeza, su carne transmutaba en piedra lenta y sucesivamente. Así, una vez emplazados en las más altas terrazas de los zigurates para la contemplación del cosmos, del horizonte, continuarían rigiendo el destino del reino, aconsejando a los gobernantes desde el mundo de los sueños con gran sapiencia.

Tal que así, reinó Qeriabet III.

Tal que así, reinó Urunumma VI.

Y muchos otros se sucedieron en el trono, mientras los sacerdotes escuchaban al Padre.

Y los reyes mataron a los reyes, mientras los sacerdotes comprendían al Padre.

Y los pueblos salvajes descendían de la montaña con hambre y sed.

Y más reyes mataron a más reyes, mientras los sacerdotes obedecían al Padre.

Tal que así, ascendió Tzeherak, el glorioso, al trono.

Y los pueblos salvajes no volvieron a descender de la montaña con hambre y sed.

Tzeherak, el glorioso, habló con los portadores de la maza y supo del ejército; habló con los custodios del templo y supo del templo; habló con los mercaderes y supo del polvo negro. Y, a la manera en que lo hacían los sacerdotes, escuchó al Padre.

Así, Tzeherak, el glorioso, dictó que los soldados que servían al Padre fuesen compensados con generosas cantidades de obsidiana y de plata; que hachas de batalla les fuesen forjadas por los artesanos sin coste alguno; que sus cuerpos fuesen cubiertos con los más duros metales; que las mejores tierras fuesen entregadas a los más fieles portadores de la maza.

Y así lo quiso el Padre.

Y así fue.

Así, Tzeherak, el glorioso, dictó que el polvo negro fuese traído en grandes cantidades a los almacenes palaciegos. Una vez estuvo en palacio, dictó que los sabios lo observaran con detenimiento y lo prendieran con llamas. Una vez estuvo contemplado, dictó que los artesanos forjaran con maestría singular el instrumento que los sabios aconsejaban. Una vez estuvo en sus manos, [Tzeherak] dictó que todo aquel mercader que no trajese consigo el secreto del polvo negro fuese cuarteado y entregado a las bestias.

Y así lo quiso el Padre.

Y así fue.

Así, Tzeherak, el glorioso, al templo entró con gran estruendo y a los sacerdotes ancianos inmoló con su propia mano; la amputación de la mano derecha del resto [de sacerdotes] ordenó y a los custodios del templo mandó a la guerra; uno a uno, a los iniciados del templo señaló con el dedo índice y, uno a uno, como [nuevos] sacerdotes del templo los proclamó.

Y así lo quiso el Padre.

Y así fue.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, esperó al cielo diurno para al disco de fuego escupirle.

Y todos [nuestros ancestros] le temieron y respetaron.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, los cielos del reino surcó a lomos de un toro alado para a los aspirantes escupir. Y, al descender sobre Zharr-Naggrund, [los aspirantes] temblaron. Y nombró capital a la ciudad y se hizo construir un palacio.

Y todos [nuestros ancestros] le respetaron y admiraron.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, a los escribas les dictó el código que acabaría imponiendo [a nuestros ancestros]. Y la usurpación del trono fue legislada y los vínculos de sangre abolidos. Y los castigos fueron multiplicados por mil y las condenas expuestas en las calles. Y al gran disco de fuego declaró enemigo de nuestro reino y otras muchas más cosas fueron decretadas.

Y todos [nuestros ancestros] le admiraron y le amaron.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, de palacio salió con gran estruendo y a los ejércitos del Padre condujo hacia la conquista de nuevas tierras. Fue entonces cuando, a lomos de un toro alado, combatió con valor singular a las tribus salvajes de las estepas, devolvió con ferocidad inaudita a las poblaciones primitivas a sus montañas y postró a sus pies a los reyes que moraban en tiendas con gran soberbia. Tal que así, muerto también el verano, regresó.

Y todos [nuestros ancestros] le amaron y gritaron su nombre.

Y, con la llegada de la primavera, de palacio salió con gran estruendo y a los ejércitos del Padre condujo hacia la conquista de nuevas tierras. Fue entonces cuando, a lomos de un toro alado, mató con infinita vehemencia a miles de enemigos con sus propias manos, destruyó con insaciable crueldad a los incivilizados moradores de la llanura oscura y, tal que así, concluyó el verano bañado en sangre. [Pero Tzeherak] No regresó, a pesar del crudo invierno. [Pero Tzeherak] Siguió luchando, a pesar del crudo invierno. [Pero Tzeherak] Cosechaba una victoria tras otra, a pesar del crudo invierno.

Y, cuando no quedaron enemigos sobre la llanura oscura, regresó.

Y todos [nuestros ancestros] gritaron su nombre y le llamaron glorioso.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, contempló su reino tres veces más grande y en dos decidió partir las tierras recién conquistadas. Y nombró a una parte provincia del sur y nombró a la otra parte provincia del oeste. Y delegó en un gobernador para la provincia del sur y en otro para la provincia del oeste y [a cada uno] le entregó una guarnición para su protección. Y, en las tierras recién conquistadas, ciudades fueron levantadas, carreteras construidas y poblaciones enteras deportadas.

Y, bajo la luz del disco de plata, zigurates ordenó alzar para los custodios del templo más fieles y las tierras fértiles entregó a los portadores de la maza más fieros y de obsidiana y de plata cubrió a los guerreros más aguerridos.

Y, sobre los muros de su palacio, mandó esculpir estelas celebrando su gloria.

Después, Tzeherak, el glorioso, el arte de la cinegética fue descuidando siempre que se aproximaba el verano y la maza fue olvidando en palacio hasta que su hábito marcial cambió por una túnica y, de la inmortalidad anhelante, se proclamó el primero de los sacerdotes y las lenguas hizo cortar a aquellos [de nuestros ancestros] que no le nombraron Sumo Sacerdote.

Y todos [nuestros ancestros] le llamaron glorioso y le nombraron Sumo Sacerdote.

Después, Tzeherak, el glorioso, del cosmos y de los astros que lo pueblan fue estudioso; de las fuerzas que lo gobiernan y de los rituales que gobiernan a las fuerzas fue aprendiz; finalmente, de la inmortalidad que sólo los ancianos más sabios habían recibido del Padre fue destinatario.

Así, Tzeherak, el glorioso, desde lo más alto de su palacio, al gran disco de fuego que iracundo inundaba la bóveda celeste con su luz horrible le declaró la guerra. Y, envuelto en su túnica, la maza recogió del suelo de palacio y el horizonte lejano señaló y los ejércitos del Padre viajaron a la estepa y a la montaña. Y, al morir el verano, [los ejércitos del Padre] regresaron con miles de esclavos y a Tzeherak, el glorioso, se los ofrendaron.

[Pero] Sabían los sacerdotes que el Padre nunca manejó tales cifras.

Y Tzeherak, el glorioso, dispuso que más minas fuesen excavadas y ordenó que los esclavos fuesen empleados en la extracción del aceite negro y de la piedra negra hasta su último aliento.

[Pero] Sabían los sacerdotes que el Padre nunca manejó tales cifras.

Y Tzeherak, el glorioso, decretó la libre captura de las bestias astadas que pastaban en las tierras septentrionales y generosamente recompensó a todos aquellos que le trajeron las bestias astadas a las puertas de palacio. Y [nuestros ancestros] criaron a las bestias astadas y las bestias astadas transportaron el fruto de las minas a los palacios y a los templos.

[Pero] Sabían los sacerdotes que el Padre nunca manejó tales cifras.

Entonces, Tzeherak, el glorioso, a los artesanos más diestros mandó construir ciclópeos hornos y, una vez provistos de abundante aceite negro y de montañas de piedra negra, los prendió con la sacra llama que, en los templos, al Padre alimentaba desde tiempos inmemoriales.

Y, así, Tzeherak, el glorioso, combatió contra el gran disco de fuego.

Y, así, Tzeherak, el glorioso, contempló como más y más esclavos eran sacrificados en la atroz tarea de saciar la voracidad ígnea de los grandes hornos que, desde aquel momento y por siempre, al cielo no dejaron de vomitar el más negro de los humos.

Y, así, Tzeherak, el glorioso, el reino de lo obscuro extendió al ciclo del gran disco de fuego.

Y, así, Tzeherak, el glorioso, en su túnica ataviado y con la maza en su regazo, por la eternidad se mostraría satisfecho desde lo más alto del zigurat de Zharr-Naggrund. Por aquel entonces, se conoce que [nuestros ancestros], en un gesto civilizado, rizaban sus barbas.

Fue entonces cuando los aspirantes se disputaron el trono.

Y así fue como el más digno ocupó el trono y, a la manera de Tzeherak, el glorioso, se proclamó Sumo Sacerdote y del cosmos y los astros que lo pueblan fue estudioso, de las fuerzas que lo gobiernan y de los rituales que gobiernan a las fuerzas fue aprendiz y, finalmente, acabó por comprender, como comprenderían aquellos que le sucedieran, la vasta magnitud de aquella sabiduría.

Fue entonces cuando los aspirantes se disputaron el trono.

Y así fue como Salisumina V fundó las academias en las que, desde entonces, educados fueron los escribas y los portadores de la maza a sus retoños instruyeron tanto en el arte de la guerra como en la liturgia del sacerdocio.

Fue entonces cuando los aspirantes se disputaron el trono.

Y así fue como, desde entonces, el Sumo Sacerdote con gran poder y amplios conocimientos se mostró tan digno como en antaño lo hicieran los pétreos inmortales que poblaban los zigurates. Y, desde entonces, el Sumo Sacerdote más digno de la inmortalidad que sólo los ancianos más sabios habían recibido del Padre fue destinatario.

Fue entonces cuando los aspirantes aguardaron a ver del Sumo Sacerdote transmutadas las manos en piedra y con piedra sellados los labios para disputarse el trono.

Y los inmortales poblaron las altas terrazas de los zigurates.

Y, a lo largo de siglos, al gran disco de fuego [nuestros ancestros] combatieron y en busca del aceite negro y de la piedra negra [nuestros ancestros] la tierra excavaron con gran intensidad, mientras ardían los ciclópeos hornos.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Y, a lo largo de siglos, más y más esclavos murieron en lo asfixiante de las minas; más y más esclavos murieron en lo ardiente de los hornos; más y más esclavos murieron en lo lacerante de los látigos. [Pero] Antes de caer el verano, partieron los ejércitos del Padre en busca de más y más esclavos, mientras humeaban las chimeneas.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Y, a lo largo de siglos, hacia el oeste y el sur de las tierras oscuras se extendió el reino del Padre, cuando, de las negras profundidades de las minas, surgieron los parias en la primitiva forma de salvajes indignos que sus barbas no rizaban y balbucían en lugar de hablar. No por menos, a los parias [nuestros ancestros] capturaron para rasurarlos por completo y, posteriormente, castigarlos con la condena a perpetua esclavitud, mientras en las llamas eternas se consumía el aceite negro.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Y, a lo largo de siglos, fundaron [nuestros ancestros] dieciocho nuevas provincias y dieciocho gobernadores, elegidos del Sumo Sacerdote, al gran disco de fuego le declararon también la guerra, las leyes del código de Tzeherak también ordenaron y altos zigurates alzaron también para mayor gloria del Padre, mientras la piedra negra moría preñada de fuego.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Y, a lo largo de siglos, las llanuras oscuras pudieron [nuestros ancestros] conquistar gracias al carro tirado por bestias astadas con gran facilidad e inaudita rapidez, mientras por los altos acueductos fluía imparable el aceite negro.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Y, a lo largo de siglos, con el fin último de repeler a los salvajes que descendían de la montaña [nuestros ancestros] los límites del reino del Padre reforzaron con la creación de pequeñas comarcas, a donde fueron enviados aquéllos que no pagaban lo que debían, en lugar de ser convertidos en meros parias, mientras más y mayores expediciones eran mandadas a por más y más esclavos.

[Pero] Su apetito era insaciable.

Así, usurpó el trono Uzkhur.

Y, a la manera en que los más grandes reinaron, una ciudad creó en el corazón del reino del Padre y, en el centro de la ciudad, un zigurat mandó alzar y, en lo más alto del zigurat, un templo majestuoso hizo construir y, desde lo más profundo del templo, el nombre de la ciudad gritó, el nombre de la capital gritó, el nombre del templo gritó… Su nombre gritó.

Y, a la manera en que los más altos gobernaron, abundante en sus gestos y generoso en sus maneras se mostró con los portadores de la maza. Y, así, los portadores de la maza le dijeron de la gloria y le hablaron acerca de la guerra. [Pero] Las correrías sólo trajeron más y más esclavos. Y, así, la maza fue descuidando en el templo y, cuando viajaba a las montañas a contemplar las estrellas, los portadores de la maza exclamaban más alto. [Pero] Las correrías sólo trajeron más y más esclavos.

Y, a la manera en que los más astutos rigieron, una extensa red tejió entorno al templo. Tal que así, nuevas carreteras mandó construir y los caminos hizo pavimentar. Tal que así, formó un cuerpo de eficientes emisarios y, desde entonces, con asombrosa rapidez recorrerían las tablillas el reino del Padre. Tal que así, a los más fieles envió a las cortes provincianas para conocer de los gobernadores. Tal que así, observados se creyeron [nuestros ancestros] por el Sumo Sacerdote y dijeron palabras afines y caminaron correctamente.

Y, a la manera en que los más sabios vivieron, las tablillas vetustas leyó con detenimiento, los murales antiguos observó con fascinación y las esculturas ancestrales alabó con alegría. Y viajó a la montaña a contemplar los astros, descuidando la maza en el templo, mientras los portadores de la maza exclamaban alto.

Y, a la manera en que el invento del carro su antecesor creara, en lo más profundo del templo se recluyó y pergeñar un ingenio valioso para su pueblo quiso. Y así fue como Zinq, el genio de Kaala, traído a las llamas en arcano ritual, le habló. Y así fue como, tras crueles rituales y experimentos abominables, para los más duros trabajos y las más complejas tareas a los oscuros brutos engendró. Y así fue como pronunció su nombre más alto que el del Padre, mientras los portadores de la maza exclamaban asombrados.

Y, a la manera en que los sucesores de Uzkhur harían, en lo más profundo del templo otros muchos ingenios pergeñó ora en letras de piedra, ora en tablillas. Y, desde entonces, serían los custodios del templo por proximidad al Padre los elegidos para llevar a buen fin aquellos inventos.

Así, creó la magna biblioteca de tablillas.

Y, a la manera en que los más gloriosos dictaron, la maza recogió del templo y al horizonte señaló para ver a los ejércitos del Padre marchar. Y marcharon hacia el norte y más tierras conquistaron. Así, supieron [nuestros ancestros] de la vigésima primera provincia del reino del Padre y de la duodécima comarca al pie de abruptas montañas o a las puertas de remotas llanuras.

Así, usurpó el trono Raeqq XIII.

Así, usurpó el trono Inm-Marasar II.

Así, rugió la tormenta en la montaña.

Así, rugió la horda en la montaña.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y descendió la horda de la montaña y con indómita fiereza azotó el reino del Padre y sin piedad arrasó las comarcas y se postraron las provincias [limítrofes] finalmente. Y al frente marcharon los ejércitos del Padre y a la horda salvaje derrotaron. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y rugió la horda en la montaña.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y descendió la horda de la montaña y con desatada bravura hostigó el reino del Padre y sin corazón asoló las comarcas desoladas y sin conocimiento de la batalla se abstuvieron. Y al frente dudaron los ejércitos del Padre y a la horda irracional no supieron desafiar. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y rugió la horda en la llanura.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y avanzó imparable la horda por la llanura y brilló intenso el gran disco de fuego a su espalda y escaparon [nuestros ancestros] de la luz cegadora. Y al morir el verano, incapaces de saciar las altas exigencias del Padre, regresaron los incursores, mientras miles y miles de esclavos perecían. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y rugió la horda en el reino del Padre.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y asaltó incansable la horda el hogar [de nuestros ancestros] y brilló iracundo el gran disco de fuego sobre sus cabezas y huyeron [nuestros ancestros] hacia el corazón del reino del Padre y diecinueve fueron las provincias que [nuestros ancestros] contaron entonces. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y rugió la horda sobre las cenizas.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Mnar Attaru VIII, el precario, a todos los ejércitos del Padre llamó y a la horda infame embistió con gran maestría y con grandeza excepcional a la horda despreciable derrotó y veintiuna fueron las provincias que [nuestros ancestros] contaron entonces. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y al morir el verano, incapaces de saciar las altas exigencias del Padre, regresaron los incursores sin esclavos.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Mnar Attaru VIII, el precario, a la horda interminable vio descender de la montaña y las maneras insanas en que guerreaba aborreció y al gran disco de fuego escupió furibundo. Y dudaron los portadores de la maza y a la horda desalmada no supieron encarar. [Pero] Mnar Attaru VIII, el precario, a los ejércitos del Padre condujo a la montaña con gran osadía y a la horda combatió en su guarida. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y al morir el verano acabó por llegar el más crudo de los inviernos.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Mnar Attaru VIII, el precario, conoció entonces lo escarpado y lo abrupto de la montaña, supo entonces del valor de los carros, comprendió entonces la ciencia que rige los ingenios y el polvo negro y sintió el mordisco cruel de la horda terrible. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y rugieron los hijos de Uzkhur, rotas sus cadenas, en el corazón del reino del Padre.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Urunumma XVI, el peregrino, en lo más alto del zigurat de Zharr-Naggrund se recluyó y de la sublevación de los hijos de Uzkhur en doce de las veintiuna capitales de provincia tuvo noticia y del sitio del templo que le cobijaba fue espectador. [Pero] Los custodios del templo eran los elegidos del Padre. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y en el sur tres fueron las provincias que cayeron.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Urunumma XVI, el peregrino, a los ejércitos del Padre llamó con gran urgencia y con gran pavor de la montaña huyeron, mientras la horda sanguinaria a los más rezagados devoraba. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y en el oeste una provincia proclamó más alto el nombre de Sarahemot, el genio ancestral que custodiaba y daba nombre a la ciudad.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Saminisugal III, el perecedero, del miedo de los gobernadores a la horda ominosa fue conocedor y de los caudillos salvajes que lideraban la horda supo su origen y del odio que en sus almas ardía fue tesoro codiciado. [Pero] Más alto se había dicho el nombre de Zinq y a la rebelión se unieron los parias finalmente.

De tal modo que [nuestros ancestros] se estremecieron.

De tal modo que el reino del Padre se estremeció.

Y Emmruq XIV, el breve, en todas las ciudades del reino del Padre ordenó [de nuestros ancestros] la leva urgente y forzosa, mientras en el sudoeste ardía otra provincia.

Y Emmruq XIV, el breve, mandó a los portadores de la maza [a nuestros ancestros] comandar, mientras en el sur una provincia más alto pronunciaba el nombre de Gulatev, el genio custodio que a la ciudad daba nombre.

Y a la muerte de Emmruq XIV, el breve, más y más sumos sacerdotes el trono ocuparon, mientras en el oeste una provincia más alto gritaba el nombre de Ishasharum, el genio custodio que a la ciudad daba nombre.

Así, usurpó el trono Tzeherak IX.

Así, Tzeherak IX repetidas veces Zharr-Naggrund sobrevoló a lomos de excepcional toro alado para, en lo más alto de la excelsa, posarse finalmente. Y, una vez allí, del regazo de Tzeherak, el glorioso, tomó su maza.

Así, alzóla en alto.

Y su voz, cual trueno furioso, tronó en la ciudad.

Y sus palabras, cual lluvia redentora, inundaron sus calles, empaparon sus gentes.

Y su proclama, cual viento desbocado, barrió por entero el reino del Padre.

Así, Tzeherak IX sus sueños manifestó. Aseveró, de esta forma, que la sangre que por las venas de Tzeherak, el glorioso, corriera, inflamaba las suyas. Prometió, después, con su palabra cumplir, cuando a su antojo las llamas en el reino del Padre pastaban.

Entonces, Tzeherak IX, tal y como su antecesor hiciera, regresó al templo con gran estruendo. Y, del mismo modo en que su antecesor obrase, perpetró sacrificios frente a la efigie terrible del Padre. [Pero] Sus ofrendas fueron [mucho más] cuantiosas, [mucho más] abundantes sus dádivas, cuando ardía el palacio y se arruinaba el templo.

Así, bañado en la sangre de miles y miles, a sus súplicas correspondió el Padre.

Y, desde entonces, supieron [nuestros ancestros] el modo en que obtener Su favor.

Y, desde entonces, llamaron [nuestros ancestros] cruel a Tzeherak IX.

Así, Tzeherak IX, el cruel, al frente de [los restos de] los ejércitos del Padre marchó. Y contra el enemigo guió su maza. Y certeros fueron sus golpes, demoledoras sus arremetidas. [Pero] Muchos eran los fuegos entonces, más las heridas, demasiados los muertos.

Así, así fue como acabó la lucha por tornarse despiadada y las maneras civilizadas se descuidaron. No se hicieron prisioneros. No se respetaron los ciclos naturales. No se dio cuartel al enemigo. No hallaron mesura, aun atiborradas, siempre sedientas e insaciables, las hojas de los cuchillos. Y las batallas se prolongaron hasta la extenuación.

Hasta que Tzeherak IX, el cruel, se alzó victorioso en Zharr-Naggrund.

Sólo el Padre sabe qué condujo entonces a Tzeherak IX, el cruel, a tomar tamañas medidas, pues, ante su mirada impertérrita, enteros bosques de estacas mandó plantar más allá de las murallas —estacas en las que a sus enemigos clavaron—, y elevadas montañas de cabezas ordenó encumbrar a las puertas de la ciudad —cabezas de sus enemigos decapitados—.

Y bebió, aún en el cáliz caliente, la sangre de los caídos.

Todos [nuestros ancestros] callaron [de súbito].

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando supo que [para nuestros ancestros] su draconiano gobierno era la norma, llamó a las puertas de una de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Y regresó al templo para reflexionar.

Y, tras largas jornadas de contemplación, bañóse en la sangre de los caídos.

Todos [nuestros ancestros] callaron [aterrados].

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando allende los límites de Zharr-Naggrund llameaba el reino del Padre, a los artesanos dictó la manera en que debían proceder para forjar media docena de aquellos terribles ingenios [por Tzeherak IX, el cruel, en el templo pergeñados]. Después comandó [los restos de] los ejércitos contra la barbarie, contra la horda combatió con inaudita fiereza. Y la batalla se dilató hasta el desfallecimiento.

Hasta que Tzeherak IX, el cruel, se alzó victorioso sobre las ruinas, sobre las cenizas de la provincia primigenia del reino del Padre.

Y regresó al templo para reflexionar.

Y, tras largas jornadas de contemplación, bebió del cáliz, tomó sus baños.

Todos [nuestros ancestros] callaron [despavoridos].

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando a lo lejos escuchaba el rugido desalmado de la horda embrutecida, llamó a las puertas de una de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Entonces tronaron los cañones [sus criaturas].

Así, Tzeherak IX, el cruel, derruyó muros a placer; destruyó palacios [locales] con gran deleite; y doblegó, a su antojo, a reyezuelos. Pronto muchos acudieron a solicitar su perdón, muchos clemencia le suplicaron, mas los filos manchados de los metales mancilláronse aún más entonces y hasta la muerte fueron desangrados los insurrectos.

Y comió de sus hermanos [caídos] la carne.

Todos [nuestros ancestros] callaron [estupefactos].

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando a reforzar sus murallas se aprestaban los reyezuelos, cuando palabras en veneno embebidas murmuraban a todas horas, y tramaban y confabulaban reunidos en sus palacetes [locales], [aún más] lejos quiso del corazón del reino del Padre el ominoso bramido de la horda. Por ello a sus poderosos caudillos se dirigió, por ello a su lado atrajo sus armas. Por ello hablóles en profusión de la condición de guerreros y con mayor contundencia nególes [por siempre] cadenas y grilletes, por ello la progenie de Uzkhur [desde entonces] barracones junto a las urbes pobló.

Y, aún hambrienta, la horda descabezada no supo a dónde sus dentelladas dirigía.

Así, de los salvajes —toda suerte de menospreciables aborígenes— gran parte a la montaña regresó en desbandada, muchos otros, aún por díscolos retoños de Uzkhur acaudillados, hacia el oeste partieron en busca de [nuevo] botín, y el resto, por insignificantes caciques [de linaje menor] alentados, el saqueo prosiguieron en las provincias exteriores.

Y, desde entonces, supieron [nuestros ancestros] el trato que ofrecer a la progenie de Uzkhur [por los restos] y aprendieron [nuestros ancestros] con mayor mesura a engendrar la progenie de Uzkhur [por los restos].

[Pero] Las minas fueron por los parias tomadas.

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando el aceite negro y la piedra negra escaseaban, llamó a las puertas de otra de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Entonces tronaron [de nuevo] los cañones [sus criaturas].

Y comió de sus hermanos [caídos] la carne.

Todos [nuestros ancestros] callaron [desconcertados].

Así, Tzeherak IX, el cruel, cuando amenazada veíase la llama [de los templos, de los hornos], llamó a las puertas de las minas cuyos [indignos] ocupantes eran moradores [habituales] del subsuelo. [Pero] Nadie respondió; allí balbucían en lugar de hablar.

Entonces tronaron [de nuevo] los cañones [sus criaturas] en vano.

[Y] Las minas permanecieron por los parias tomadas.

Y regresó al templo para reflexionar.

Y, tras largas jornadas de contemplación, bebió del cáliz, tomó sus baños, degustó unas lonchas.

Todos [nuestros ancestros] callaron [disgustados].

Así, Tzeherak IX, el cruel, las minas mandó inundar ora con [ingentes cantidades de] agua, ora con humo [negro, denso]. Y las puertas cedieron. E iracunda [la] progenie [de Uzkhur] en las minas irrumpió para rienda suelta dar a sus monstruosas inclinaciones. Y de los [parias] insubordinados que las minas infestaban —por completo anihilados en el exceso—, conocióse el nombre de Izbu, quien del tumulto fuera cabecilla, cuyo cuerpo sin vida colgóse a la vista de todos con el fin último de mostrar [a nuestros ancestros, a sus esclavos] limpios sus huesos por sucias aves [de rapiña], huesos con el tiempo blanqueados [por rayos lunares].

Así, Tzeherak IX, cruel entre crueles, cuando en las provincias más alejadas [todavía] gruñía la horda [desahuciada], llamó a las puertas de una de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Entonces tronaron los cañones [sus criaturas].

[Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Entonces tronaron [de nuevo] los cañones [sus criaturas].

Y se sucedieron las semanas. Y al cabo sus muros [reforzados al parecer] cayeron por fin derruidos.

Y comió de sus hermanos [caídos] la carne.

Y, acto seguido, a los salvajes que apestaban la provincia encaró.

Resuelto, lideró la embestida. Indómito, su siempre ávida maza descargó [una vez tras otra] sobre cráneos inanes. De inmediato, su arremetida magistral desbandó a aquella caterva infame. Y huyeron, asombrados, huyeron [con sus caciques al frente].

Así, Tzeherak IX, cruel entre crueles, cuando su alargada sombra le precedía [allí donde iba], llamó a las puertas de otra de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. Todos respondieron; allí las puertas abrieron [de par en par].

Entonces callaron los cañones [sus criaturas].

Y [de todos modos] comió de sus hermanos [pretendientes] la carne.

Todos [nuestros ancestros] callaron [atónitos].

Y, de súbito, Tzeherak IX, cruel entre crueles, cuando por la acometida última [de los restos] de la horda en la celebración del [copioso] festín viose interrumpido, con su siempre ávida maza en alto aparecióse simplemente para vencer, sin más, la insignificancia contemplar de aquellos [bárbaros] que entonces huyeron aterrorizados de la efigie terrible acaso del Padre, acaso del Sumo Sacerdote. Y huyeron, para no volver, huyeron [con sus caciques al frente].

Así, Tzeherak IX, cruel entre crueles, cuando su draconiano régimen extendía sus [negras] alas, llamó a las puertas de otra de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondió; allí más alto decían nombre nefando.

Entonces tronaron los cañones [sus criaturas].

Entonces tronaron [respondieron] los [otros] cañones [desde las murallas].

Y se sucedieron los días.

Entonces tronaron los [otros] cañones [desde las murallas].

Entonces tronaron los cañones [sus criaturas].

Y se sucedieron las semanas.

Hasta que en los hornos [locales] la llama se extinguió.

Hasta que furibundo acudió el gran disco de fuego.

Y regresó al templo para reflexionar.

Y, tras largas jornadas de contemplación, bebió del cáliz [aún caliente], tomó sus baños [aún caliente], comió la carne [aún caliente].

Todos [nuestros ancestros] callaron [repugnados].

Y se sucedieron los meses.

Así, Tzeherak IX, cruel entre crueles [y aún más], cuando a sus criaturas [los cañones] enseñaba a escupir [más lejos] o a morder [con mayor vehemencia e ímpetu], llamaba [con insistencia] a las puertas de otra de aquellas ciudades cuyos moradores [ya] no se mostraban del Padre temerosos. [Pero] Nadie respondía, pues solían más alto decir nombre nefando.

Entonces tronaban los cañones [sus criaturas].

Entonces tronaban los [otros] cañones [desde las murallas].

Y sucedió que su respuesta no alcanzó en ocasiones, que en ocasiones fue suficiente.

Sucedió que las murallas en ocasiones sus mordiscos rechazaban, en otras caían derrotadas.

Y las jornadas tornáronse años y los años transcurrieron cual jornada.

Y regresó [a menudo] al templo a reflexionar.

Y los años cual jornada transcurrieron.

Así fue como, Tzeherak IX, cruel entre crueles [y aún más], tras la caída de la tercera ciudad [hasta entonces] bajo el [pernicioso] influjo de Kalamesh [genio custodio], en seis provincias su dominio asentó con firmeza y, contra muros [cada vez más] altos y cañones [cada vez más] poderosos, el avance implacable de las tropas, amparadas por la ira del Padre —henchida de sangre, colmada de llamas—, lideró.

Tal que así, Tzeherak IX, cruel entre crueles [y aún más, si cabe], a medida que, con los años, de los sediciosos devino [por su propio peso] el indefectible hundimiento, de las ciudades insurrectas [de aire exentas] fue recogiendo paulatinamente la cosecha, inmolación ofrendada —por su propia mano, si procedía— ante la efigie terrible del Padre [jamás satisfecho], en incontables ocasiones celebrada con sumo respeto, mayor obediencia.

Así, supieron [nuestros ancestros] de la undécima provincia del reino del Padre [además de la provincia primigenia]. Y, con el breve soplo [acaso aullido] de aquel viento en la noche de los tiempos, la sombra [de la destrucción] olvidaron, la ruina de occidente, la ruina al sur, la ruina al norte, pasto entonces de polvo antiguo, polvo amargo, pasto ahora de salvajes [que moran tiendas] que ignoran el llanto de la piedra vieja, piedra antigua que al viento ofrenda palabras oscuras, palabras perdidas, palabras exhaustas [al fin] en la llanura oscura.

Así, justo así, fue como [nuestros ancestros] añoraron [ignoraron] su figura.

Y cual jornada los años transcurrieron.

Así fue como [nuestros ancestros] comprendieron la [verdadera] magnitud de la intensidad en las llamas [en los hornos, sobre todo], y en el castigo [en las minas, sobre todo], y en el sacrificio [en los templos, sobre todo].

Así, complacidos por la eternidad, conocieron del cosmos, de las fuerzas que lo gobiernan, rituales que sacuden la tierra, pues, cuando el Padre lo manda, iracunda, escupe fuego y más fuego, para el cielo [¡contra el cielo!], pues, cuando el Padre lo exige, furiosa, sangra enteros ríos de llamas, para forjas, para pozos, para pueblos [¡contra el cielo!]. Y las llamas, terribles llamas, fuerzas terribles —como la ira del Padre—, [en ocasiones] ingobernables; [en ocasiones] lamen provincias, devoran pueblos, fagocitan gentes.

Así, usurpó el trono […]

Así lo recoge la tradición y así hubo de ser.

A partir de este punto se estudia de un modo detallado y minucioso y, por lo tanto, extenso, el tortuoso devenir de lo que, tradicionalmente, se consideran las dinastías modernas. Obvio resulta que, dado el propósito de esta edición, se ha omitido dicha información. He de advertir, por otra parte, que los paréntesis que pueden hallarse a lo largo y ancho del texto obedecen única y exclusivamente a (supuestas) reconstrucciones y, acaso, enmiendas de carácter oficial y, si se me permite, oficialista, añadidas con posterioridad al manuscrito original, primitivo. Se desconoce la autoría del primero, así como la identidad de los (previsiblemente) distintos correctores por cuyas manos circuló ulteriormente.

Epopeya de Nasirnapal

Hasta el momento esto es todo lo que ha podido arrancársele a las garras del tiempo en mor de la memoria del hijo de Hashut llamado Nasirnapal, por un tiempo gobernador de la novena provincia del reino del Padre. Su epopeya, por lo pronto, sigue inconclusa.